Aire para pensar y dejar de pensar: Casa desordenada y sueños organizados

Por

Paola Albarrán

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Publicado: 1/5/2025 · 5:00 a.m. MX | Actualizado: 1/5/2025 · 5:00 a.m. MX

Como mamás vivimos ordenando la casa todo el día, todos los días. Y según van pasando las horas, parece que no hacemos nada, que todo tiene un mágico orden de volver a estar fuera de ese lugar.

Es la vida misma que pone las cosas en el lugar correcto, donde la vida sucede. Es por eso que las cosas están donde se usan; donde se crea la vida y sucede la magia. Y esa magia, se llama niños, los niños tienen la virtud de darle vida a la vida.

Te das cuenta que la obra de arte no es la que está en el papel; sino todo lo que está alrededor de ella. La creatividad. Las crayolas, los plumones, las hojas de colores. Los recortes, todo lo que acompaña a eso que fue una idea, y hoy está plasmada en un lienzo, que algunas veces también es la pared. Es inteligencia, es tiempo, es creatividad, es un alma en expresión.

De saber que los zapatos fuera de lugar son zapatos que usaron y se desgastaron porque corrieron y jugaron, y eso lleva la tierra en los tapetes y algunas veces en el sillón.

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Los platos sucios amontonados en el fregadero hablan de una casa llena donde hubo comida, donde hubo muchos que comieron juntos, ¡qué bendición poder verlo así!

Los balones sucios y las plantas rotas; fungieron de portería y fueron mártires de esos goles que algún día, los aplaudirá un estadio entero.

Los cables enredados, las tapitas de los controles pérdidas, son señales de niños gamers que lograron conectar el videojuego a la pantalla, y crearon mundos hechos a su medida.

Las toallas mojadas y en el piso son señal de que salieron de un bañito caliente y que se tuvieron que ir deprisa para algo más importante.

¿Por qué nos acostumbramos a vivir como si nada pasara cuando todo está pasando? Cuando todo es un marco de aprendizaje, de familia, de casa, de hogar. De desorden para tener un amor en orden.

La pasta de dientes que no enjuagaron en el lavamanos, los cepillos mordisqueados, la espinilla del fútbol junto al frasco de perfume, es la vida siendo vida.

La cobija en el sofá. Los tenis abajo. El vasito de plástico a medio tomar. Las migajas en la cama. El bowl de palomitas y sus pies en medio de los tuyos.

Los playlist en Spotify que jamás hubieras escogido, y por temporadas se vuelven los himnos de nuestra vida.

Los millones de fotos a la misma escena una y otra vez, como si por capturar mil fotos del mismo momento fueran capaz de congelarlo en el tiempo y perduraran para la eternidad.

Las camas destendidas porque ahí durmieron y es el lugar para sembrar sueños. Se tienen que usar, para después poder cosechar.

Las risas, la simplicidad, no tener que planear, fluir, no entender de tiempo ni de formas, poder amar sin condición, sin etiquetas, sin medida.

Por más ejército disciplinado que seamos con la limpieza, nunca lograremos tener la fuerza que tienen los niños de hacer hogar, de lo que la vida conlleva como aprendizaje, como arte, como es la vida misma.

Al final todo pasa, menos lo que se queda mientras pasa. Bajemos expectativas y pongamos atención en lo importante, en sus miradas. La infancia pasa, los hombres y mujeres, nos quedamos. Y nos nutrimos de aquellos recuerdos que necesitamos de polvo en los zapatos, chocolate en la boca, pintura en las manos, risas incontables, perros mojados, atardeceres, dientes de león soplados y deseos pedidos, chispitas de colores en los helados, peluches de todos tamaños para hacer de nuestro mundo un lugar más feliz, entonces poder construir niños más felices y, por lo tanto, construir esperanza de un futuro de hombres más completos.

Seguramente ninguna revista querrá fotografiar estás escenas cotidianas. Pero yo, me las tatúo en el alma.

Hagamos de nuestro desorden cotidiano un campo de agradecimiento eterno. Y cada cosa fuera de lugar sea un recordatorio que vivimos con gigantes de alma, que están siendo, lo más importante que se puede ser.

Paola Albarrán