La Columna de L’amargeitor | Ser mujer duele
La industria de la belleza siempre ha venido con el pequeño asterisco invisible de: “requerirá cierto nivel de masoquismo”

Mi abuelo decía que “había que sufrir para ser bella”…
Y no sé si tenía razón, pero sí sé que, ser mujer, es un no parar de hacerse, deshacerse, ponerse, quitarse, embarrarse, para después de embarrarse con “limpiezas profundas” y en general… un constante sufrir. Una guerra campal permanente contra los pelos, los kilos, las arrugas, la consistencia, la inconsistencia y todas esas cosas que la industria (y las amigas) nos repiten una y otra vez que “tenemos” que hacer para vernos, o no vernos, de tal manera.
Ser mujer duele. Y no me refiero a nada esotérico. Estoy hablando de que, literal y físicamente, duele.
Publicidad
Hablemos por favor de los cólicos que nos hacen retorcernos, vomitar, desmayarnos, tener migrañas y jodernos el estado de ánimo (viva la menopausia, no extraño naaada esa parte sangrante de la vida, que recuerdo con escalofríos, cada que veo mi pobre criatura de 20 pasar por ese vía crucis mensual). El embarazo, que si bien es increíble, trae una lista de achaques interminable que, afortunadamente, ya casi no me acuerdo. ¡Los partos!, que no importando como elijas parir, también va a doler, mucho. La “dicha” de la lactancia y los pezones ensangrentados que hacen que veas las puertas del infierno ese primer mes cada vez que se prende el bebé. O ¿qué me dicen de la pesadilla que es que te pongan o te quiten un DIU?, (me acuerdo y me dan escalofríos). Y ni hablar de la etapa de la peri menopausia en donde todo se vuelve a desconchinflar y duelen cosas insospechadas, empezando por el orgullo de ver que tu cuerpo empieza a deteriorarse sin que puedas tener mucha vela en el entierro.
A veces, lo que duele, es el ego.
Cuando mis amigas se empezaron a quitar los pelos, mi mamá me dejó claro que estaba prohibido usar rastrillos. Se le olvidó que basta que a mí me digas que algo está prohibido (en lugar de enseñarme a usarlo), para que, acto seguido, me robara el rastrillo de mi abuelo en Valle de Bravo y me tasajeara el hueso de la pantorrilla… Todavía tengo esa cicatriz. Mi mamá, optó por recalcular su aproach y decirme que usar rastrillos no porque los pelos salen mas gruesos, que mejor era depilarse y fue ahí donde me enfrenté al primer instrumento medieval en el mundo de la belleza femenina: la cera caliente. Me compró todo el kit y me enseñó a depilarme sola lo cual, reconozco, fue una gran habilidad y quitando solo una vez que casi incendio mi casa, lo aprendí a hacer espectacular y a depilar incluso a mis amigas.
Publicidad
Cuando llegó la modernidad de los aparatos de depilación eléctricos, mi mamá me regaló un Epilady, uno de esos inventos diabólicos que alguien, en los años 80, pensó que sería una “gran idea” para liberar a las mujeres del vello… un aparato eléctrico aparentemente inofensivo, más o menos del tamaño de una maquinita de afeitar. Pero en lugar de cortar el vello, como cualquier dispositivo razonable, este engendro de la modernidad lo arrancaba de raíz con un mecanismo interno de resortes metálicos o discos giratorios que pellizcaban el vello uno por uno (o en pequeños grupos) haciéndote sudar de estrés y aullar de dolor la mayoría de las veces.
El Epilady fue el abuelito cruel de los depiladores modernos de hoy, esos que prometen ser “indoloros” y que, seamos honestas, siguen doliendo igual. Porque quién me diga que la depilación láser o de luz pulsada no duele hasta la médula espinal, está mintiendo flagrantemente. La verdad es que cualquiera de los métodos para quitar pelos, podrían ser perfectamente utilizados para sacarle confesiones en la Inquisición al mismísimo Torquemada.
El Epilady y todos su secuaces, son la prueba de que la historia de la humanidad también debería escribirse desde el punto de vista de las mujeres.
Publicidad
Después están los tratamientos de belleza, que no son sino pequeñas sesiones de auto-castigo disfrazadas de autocuidado. Microdermoabrasión, radiofrecuencia, Morpheus8, Botox, rellenos, HIFU, cirugías plásticas de todo tipo, masajes linfáticos (que suenan muy elegantes, pero duelen como si te apretaran con tenazas), inyecciones de no sé qué tanta cosa para regenerar, rejuvenecer, desmanchar, tensar, brillar… esta semana precisamente, me sometí a uno de esos tratamientos que desde hace tres años me hago una vez al año (se llama DOUBLOGOLD en @theskinloop diles que vas de mi parte), y cada que regreso me pregunto ¡¿por qué diablos estoy aquí sentada?!, pasa igual con los partos, se nos olvida ¿a poco no?, afortunada o desafortunadamente, somos capaces de olvidar el dolor y volver a empezar relaciones, partos… o tratamientos de belleza.
Y ¿qué me dicen de los tacones? ¡Omaigooood, los pinchis tacones! Ese magnífico invento creado para deformar pies, rodillas, columna vertebral y el ánimo de quién sea, porque no hay nada que duela más, que los pies después de un par de horas en tacones de aguja, pero que prometen hacernos ver “más estilizadas” y entonces masacrarnos los pies, vale toda la pena.
Tengo una amiga que estuvo casada con un individuo que cuando la llevaba de viaje a recorrer grandes ciudades, la “obligaba” a usar tacones, bajo la premisa de que las mujeres se veían desarregladas con zapatos planos. Me cuenta que en las noches se quitaba los zapatos ensangrentados y me imagino que también el alma. Afortunadamente, mi amiga descubrió que se podía mandar al señor a la chingada ¡y lo mandó!, y ahora cuando viaja, se pone unos buenos tenis y viaja por el mundo sin el señor y sin el alma ensangrentada. Bendita sea la moda de los tenis y las mujeres que mandan a la chingada.
El infierno cotidiano que es la presión eterna de ser bellas. De ser jóvenes. De ser flacas. De ser amables. De no sudar. De no arrugarse. De no envejecer. Porque si un hombre tiene arrugas, es “interesante”, si tiene pelos, es varonil y si se queda calvo a nadie le importa, es más, nos parece sexy; pero si una mujer se arruga, necesita urgentemente ácido hialurónico en la cara, colágeno en las venas y un presupuesto de miles de pesos al mes para tratar de mantener la situación bajo control.
Hacemos todo, absolutamente todo, bajo la promesa de que seremos “nuestra mejor versión”. Y yo me pregunto… ¿nuestra mejor versión de qué?
Por qué ser nuestra mejor versión no tiene nada que ver con cómo nos vemos y todo que ver con cómo crecemos, internamente. Creo que tendríamos que estar más enfocadas en guapearnos por dentro y construirnos una vida, antes y primero que cualquier cosa. La paradoja es que, si bien somos capaces de soportar todo tipo de torturas para “vernos mejor”, nos aterroriza meternos a la profundidad de nuestros dolores y trabajar seriamente en nosotras. Y es que sí, efectivamente, eso de la terapia, también puede doler, mucho.
Eso no quiere decir que yo esté en contra de hacerse cosas y sentirse bien con una misma. Creo fervientemente en cuidarse. Sacarse provecho. Hacerse cositas. Y pagar, muchas veces, el precio que eso cuesta. Con lo que no estaré nunca de acuerdo, es con lo de no tener llenadera. Con no aceptar que hay edades para todo.
No puedo entender que mujeres de menos de 30 años estén llenas de rellenos y botox, que estemos promoviendo que las niñas de 8 años se embarren cualquier tipo de productos (que, ni su piel ni su construcción de la autoestima necesitan); que las de 40 se estén haciendo face lifts completos y que nada sea suficiente para sentirnos bien con nosotras mismas… y es que ¡ahí es donde la marrana tuerce el rabo!, en que una cosa es hacerte una que otra cosa y otra, muy distinta, es que no importa cuántas cosas hagas, te sigas viendo en el espejo y no te gustes a ti misma por más cosas, que te sigas haciendo.
Hay una raya muy delgada entre hacerse mejoras, a pensar que tienes que “repararte” continuamente. La belleza tiene mucho más que ver con lo de adentro que con lo de afuera. Hay que alimentar nuestro amor propio con algo más que tratamientos de belleza. Y ya si te vas a hacer tal o cual, ¡mana, hay que aceptar que lo hiciste y pasarle a las demás el dato! porque fingir y no compartir ese información entre mujeres, es el acto de traición feminista supremo.
Ser mujer siempre ha sido un acto brutal de resiliencia y la industria de la belleza siempre ha venido con el pequeño asterisco invisible de: “requerirá cierto nivel de masoquismo”, pero creo que la definición actual, debería también de incluir que lo más importante que debe de tener una mujer, es la capacidad de amarse como es, lo cual califica, probablemente, como uno de los deportes más extremos.
Ser mujer definitivamente duele, muchas veces, pero lo que más hará sufrir a una mujer, será siempre, estar en guerra con ella misma.
Publicidad
Más Leidas | Panorama
Piel de porcelana: Esta es la vitamina BARATA que elimina arrugas y manchas a los 60
Por Panorama Web Mx
Met Gala 2025: De Rihanna a Zendaya, los looks más deslumbrantes de los Oscar de la moda
Por Panorama Web Mx
Benny Blanco: Estas fueron todas las parejas del músico antes de Selena Gomez
Por Panorama Web Mx
Prepara el abono casero más poderoso que existe para hacer florecer el Anturio
Por Panorama Web Mx
Más noticias de Columna
Más noticias de Panorama social