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7 joyas de la realeza que arrastran maldiciones y tragedias

Coronaciones, conquistas y escándalos... pero detrás del esplendor y el brillo de estas piedras hay traición, locura y muerte.

Joyas malditas de la realeza
El rococo y la opulencia desmesurada regresaron en maldiciones a las joyas reales. Foto: archivo Fragonard/@gandalf_u

En el corazón de la corte de Versalles, donde el rococó desbordaba en cada rincón de oro y terciopelo, se gestaban intrigas tan brillantes como peligrosas.

Allí, entre bailes y abanicos, surgió uno de los mayores escándalos de la historia de Francia: una joya maldita, un cardenal ambicioso y una reina a punto de caer.

Quizá fue tanta opulencia la que terminó impregnando a las joyas de la aristocracia con un aura oscura, una energía negativa que, como si fuera castigo divino, cobró factura a quienes osaron tocarlas.

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De todas las historias, pocas tan escandalosas como la del Collar de la Reina, una pieza monumental que terminó siendo símbolo de corrupción y decadencia.

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Pertenecer a la corte de Versalles era un salto social colosal. Quien lograra entrar al círculo íntimo de la realeza podía asegurarse un futuro espléndido. El caso más célebre de este deseo desmedido fue el del cardenal Louis de Rohan, despreciado por la madre de María Antonieta, quien lo consideraba vano y frívolo (y no estaba equivocada). Junto con su amante, Jeanne de Valois, urdieron una estrategia para ganarse el favor de la reina... pero terminaron cavando la tumba de la monarquía.

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El collar maldito y el fraude que encendió la Revolución

En 1772, los orfebres parisinos Boehmer y Bassenge crearon un fastuoso collar con 647 diamantes y 2.800 quilates para que el rey Luis XV lo obsequiara a su amante, Madame du Barry. Pero el rey murió antes de concretar la compra. Los joyeros, desesperados por vender la pieza, la ofrecieron a María Antonieta. En uno de sus escasos actos de sensatez, la reina la rechazó, alegando que Francia necesitaba más navíos que collares. Sin embargo, quedó encantada con la joya.

Jeanne de Valois sabía esto. Y convenció a Rohan de que la reina quería adquirir el collar en secreto. El cardenal, cegado por su ambición y deseoso de redimirse ante la corte, gestionó la compra directamente con los joyeros, quienes confiaron en él por su alta jerarquía eclesiástica. Rohan recibió el collar y se lo entregó a Jeanne, quien a su vez lo dio a su esposo para venderlo y recuperar su estatus perdido.

Jeanne incluso falsificó cartas de la reina agradeciendo la transacción y prometiendo favores. Para cerrar la farsa, contrató a una prostituta parecida a María Antonieta para que Rohan creyera haber tenido una audiencia secreta con ella. Cuando los joyeros reclamaron el pago directamente en la corte, María Antonieta, perpleja, negó todo. El escándalo fue tal que el cardenal fue arrestado y el pueblo, convencido de un nuevo despilfarro de la reina, se indignó. El juicio público contra la reina alimentó la furia que pronto devoraría a la monarquía. Muchos consideran que este fue el verdadero inicio del fin para María Antonieta.

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El collar desapareció durante casi un siglo. Reapareció lucido por marqueses en la coronación del rey Jorge VI en 1937 y la reina Isabel II en 1953. Luego pasó al Museo Americano de Historia Natural de Nueva York y, más tarde, a manos de un millonario asiático.

El Diamante Hope: Belleza de 45 quilates, tragedia asegurada

Con 45,52 quilates y un valor estimado de 250 millones de euros, el Diamante Azul Hope es tan deslumbrante como letal. Su inconfundible tono azul lo hizo célebre, y muchos lo reconocen por su parecido con el colgante de Titanic. Pero su historia va más allá del cine: está marcada por la desgracia.

Su primer dueño conocido, el comerciante Jean-Baptiste Tavernier, lo vendió al rey Luis XIV. Poco después, murió devorado por animales salvajes en el desierto.

El diamante pasó entonces a Madame de Montespan, amante del rey. Terminó sola, despreciada y olvidada.

Años más tarde, María Antonieta lo prestó a su confidente, la princesa de Lamballe. Fue brutalmente asesinada por el pueblo durante la Revolución.

Y las desgracias siguieron. Catalina la Grande murió de apoplejía. El duque de Brunswick acabó arruinado. El rey Jorge IV de Inglaterra perdió la razón. El sultán Abdul Hamid II fue derrocado.

La familia McLean —propietarios del siglo XX— sufrió una racha trágica: muertes accidentales, sobredosis, locura. Evalyn Walsh, la última propietaria privada, perdió a dos hijos. Su esposo murió en un hospital psiquiátrico.

El joyero Harry Winston lo donó al Museo Smithsonian. Poco después, sufrió un infarto.

El diamante que solo una mujer puede portar

Con sus imponentes 106 quilates, el Koh-i-Noor es uno de los diamantes más famosos (y temidos) del mundo. Actualmente forma parte de la Corona británica. Según la leyenda, solo puede ser llevado por Dios o por una mujer para que se mantenga contenido su poder.

Shah Jahan, el emperador mogol que lo poseyó, fue traicionado y encarcelado por su propio hijo.

Alaudín, un gobernante indio posterior, murió envenenado. Nader Shah, emperador persa, fue asesinado mientras dormía, con el diamante entre sus tesoros.

Cuando llegó a manos de los británicos, fue entregado a la reina Victoria. Hasta hoy, la India lo considera un robo colonial y exige su devolución.

Zafiro Púrpura de Delhi: El cristal que trajo ruina a sus dueños

En 1857, el coronel W. Ferris robó un zafiro púrpura de un templo hindú durante la colonización británica. Desde entonces, la piedra solo ha traído desgracia.

Ferris enfermó y perdió su fortuna. Su hijo heredó la joya… y el mismo destino.

Edward Heron-Allen, escritor y nuevo dueño, también cayó en la ruina. La consideró tan maldita que la encerró en una caja de hierro con advertencias. Hoy se exhibe en el Museo de Historia Natural de Londres. Se dice que cada intento de moverla ha desatado tormentas, accidentes o enfermedades.

Rubí del Príncipe Negro: Sangre por cada quilate

Pasó por la Alhambra, Granada, causando conflictos fratricidas. El rey Muhammad V fue derrocado por su hermanastro. Este fue asesinado por su cuñado, quien más tarde cayó a manos de Muhammad V con ayuda del rey Pedro I de Castilla.

Pedro I se quedó con la piedra, pero su alianza con el príncipe Eduardo de Inglaterra acabó mal: Eduardo se llevó la joya al Reino Unido.

Hoy forma parte de la Corona Imperial Británica.

El Ópalo maldito de la corona española

Regalado por la condesa de Castiglione al rey Alfonso XII, este anillo de ópalo llevaba una maldición que no tardó en cumplirse.

Su esposa, María de las Mercedes, murió de tifus apenas cinco meses después de la boda.

La joya pasó a manos de su cuñada María Cristina de Orleans: murió de tuberculosis. Luego, a la infanta Pilar, quien falleció por meningitis tuberculosa. El propio Alfonso XII murió a los 27 años, también de tuberculosis. La viuda, convencida de la maldición, entregó la joya a la Virgen de la Almudena.

Los Diamantes Orlov: blanco y negro, dos destinos fatales

Negro Orlov (67,5 quilates): Fue robado de una estatua del dios Brahma en India. Desde entonces, solo dejó tragedias.

El monje que lo sustrajo murió misteriosamente. El comerciante J.W. Paris, que lo vendió en Nueva York, se suicidó lanzándose desde un rascacielos. La princesa Nadia, propietaria posterior, también se quitó la vida de la misma forma en Roma.

Blanco Orlov (180,6 quilates): Fue regalo de Grigori Orlov a la emperatriz Catalina la Grande, como prueba de amor… pero ella lo rechazó. Él había asesinado al zar Pedro III para que Catalina gobernara. Despreciado, terminó enloquecido y olvidado.

A lo largo del tiempo, estas joyas han brillado con una luz tan intensa como las tragedias que dejaron a su paso. Quizá no sean las piedras las que están malditas, sino la ambición desmedida de quienes las desean.

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Karla Talavera

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