Aire para pensar y dejar de pensar: ¿Musas o las usas?
Las mujeres de belleza efímera eran inmortalizadas en obras, y junto a ellas, la firma del autor

Mujeres. La fuente de inspiración. Donde muchas veces nace la necesidad de creación. Así ha sido la relación de artista y musa, desde la antigüedad y continúa hasta nuestros días.
Son musas cuando hay amor, historia; hay otras que son simplemente modelos que pasan sin nombre ni gloria.
Esta necesidad y sentimiento de capturar y no dejar morir lo que en ti despierta tu musa. Ha acompañado a la humanidad desde el siempre hasta la eternidad. Esta necesidad de sentir y trasmitir lo que es. Es parte de la natura humana.
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Siempre he pensado en qué pensarían las mujeres famosas del arte si se vieran siendo famosas. Es decir, qué pensaría la Mujer de la Perla de Vermeer viéndose impresa en playeras, bolsas, postres y calcetines. ¿Qué se sentirá que tu cara sea para contar la historia de la humanidad? Debe ser fuerte el sentimiento de ser inmortalizada y trascender desde el arte y, entonces, ser más longeva que tu vida, ser más grande que tu historia.
Sin embargo, un artista te puede amar, idolatrar, pintar, fotografiar, congelar tu vida, tu imagen, tu historia, PERO, y en mayúsculas el pero, lo que realmente trasciende es su firma y su talento.
Las interpretaciones artísticas son justo eso, la visión del artista. Donde su óptica y destreza manual. En una paradoja donde irónicamente desdibuja con pincelada la importancia de la musa, aunque al mismo tiempo la inmortaliza.
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Es una delgada línea donde bailan los dos, pero que indudablemente quien se queda con el crédito, es quien no sale en la pintura.
Me imagino las miles de mujeres que han modelado a lo largo de la historia. La cantidad de horas inertes, inmóviles, congeladas en una postura donde su cuerpo capte la luz, la suavidad de sus curvas. los diálogos que no se dijeron, pero ese cruce de miradas que también construían y de alguna forma acompañaban a los pinceles a pintar aquel cuadro. La complicidad, la paciencia, el no pensar, el pensar, el hacer, resolver, plasmar, ejecutar, inmortalizar. El proceso creativo, que pudo haber durado muchos años, y en el que de alguna forma ambos personajes, la musa y el artista, son actores dentro de la obra.
Sin embargo, hoy en los museos, nuestras miradas se pierden entre los bordes de las pinceladas. Nuestra atención se va directo a esas firmas que entre garigoles esconden unos cuantos de millones en sus trazos y sus paletas de color.
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La apreciación del arte es este diálogo eterno entre el contexto social, histórico, personal, y lo técnico. El esfúmato, la presión, pinceladas largas o cortas, el manejo de la luz, las perspectivas, puntos áureos, la composición y, sobre todo, el sello personal de cada artista. Pues tiene que decir, soy yo a través de la construcción de su identidad para poder reconocer su obra, cientos de años después de la muerte de los artistas.
Pienso en las majas de Goya, la vestida y la desnuda. Imposible no pensar en la Gioconda y cómo posó en ese paisaje durante meses y su cara hoy es la más famosa de la historia. Pienso en la infanta Margarita que rodeada de sus Meninas y el juego de óptica de Velázquez. O en las modelos de tantos, que fueron muchas veces prostitutas y que pudieron sobrevivir posando para algún visionario con su lienzo abajo del brazo y su caja de pinturas entre los bares, como pudo hacer sido Degas, o probablemente Van Gogh. Pienso en Sorolla y el amor a su mujer y sus hijas fueron suficiente para poder pintarlas cientos de veces en sus escenas cotidianas, donde vemos a Clotilde, María y Elena. Y también pienso en las señoritas de Avignon de Picasso, donde desdibuja toda identidad con sus máscaras africanas y pierden todo, cuando un tal Picasso las pintó. Pues de alguna forma ahora le pertenecen, sin identidad para la posteridad.
¿Pasará lo mismo cuando amamos? ¿Será que o nos inmortaliza como lo hizo Sorolla? ¿O nos aplastan con su firma y nos desdibujan identidad y se olvidan del nombre, y queda solamente lo que él quiso ver en ellas? Se cambia la narrativa de ser inspiración a ser interpretación artística, para el gozo de los demás.
Ser musa es querer pertenecer, esperar, posar, esperar que alguien más pueda capturar realmente tu mirada. Es estar dispuesta a estar en manos de alguien más.
Las musas, estar del lado del bastidor, atrás de la pintura. Es un tiempo donde para ellas, su retrato es secreto. Imposible ver los avances, está para los demás, pero no para ellas.
Pensemos en el ciclo de la obra. Se termina el cuadro. Se firma. El cuadro expuesto, ellas ahí. Aprobados o sumamente criticados. Generalmente atacados. Ante los ojos de miles que aprobaban o desaprobaban. Y si bien le iba a alguna obra, podría ser vendida, donde claramente, la suma era para el bolsillo de la galería y una parte al artista. Y luego poder seguir su trayectoria, su destino o fatalidad. Obras robadas, vendidas, mercado negro, cuadros que ahora pertenecer a colecciones privadas. Tu identidad ¿en manos de quién? Y luego probablemente regresar siendo ya un icono, como La Dama de Oro de Gustav Klimt y estar por décadas colgada en la sala principal de algún museo o galería recibiendo a cientos de miles de visitantes intenten hacer un selfie frente a la musa.
O bien. Ser Frida y pintar tu propia esencia, con un espejo que refleja tu realidad, tu verdad. Hay que tener la sangre fría y la mano firme para no mentir, para no disfrazar, para no manipular. Mucho mérito tiene Khalo que aun en que el surrealismo la abrace, el realismo prevalece cuando se pinta y se escribe a sí misma.
Ser mujer, ser vista, ser musa, sentirte admirada. Ser musa, ser inspiración, ser pintada, inmortalizada. Ser expuesta, ser vendida, ser eterna o ser olvidada. Ser musa. ¿Aspiración o repulsión? ¿Ser o no ser?
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