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100 VOCES, 1 PROPÓSITO | Vivir, amar y resistir

Vivir con VIH no me detuvo: me enseñó a amar más fuerte, a luchar con sentido y a tender la mano

Rodrigo Arce
Rodrigo Arce

Tenía 16 años cuando escuché esas tres letras que cambiarían mi vida: VIH. Me lo dijeron con un tono clínico, casi rutinario, pero para mí fue como si el tiempo se detuviera. Recuerdo que salí del consultorio sin saber hacia dónde caminar. Sentía que el mundo se me cerraba, que mis sueños se apagaban y que mi historia había sido escrita por alguien más. El miedo me abrazó más fuerte que cualquier persona lo había hecho hasta entonces.

Pero no me rendí. A pesar de todo, decidí seguir caminando. Encontré en la sociedad civil una nueva forma de respirar. Me encontré con otras personas que también vivían con VIH, quienes habían pasado por la discriminación, el rechazo, el silencio. No sólo me tendieron la mano, me enseñaron a abrazar mi vida, a reapropiarme de mi historia y a convertir el dolor en lucha. Y poco a poco, ese miedo se convirtió en fuego.

Ese fuego fue el que me llevó al activismo, a defender a quienes el sistema se empeña en ignorar, a hablar cuando nadie quería escuchar. Y ese mismo fuego fue el que me trajo al servicio público, a ocupar un espacio donde ahora puedo abrir puertas que antes estaban cerradas para personas como yo. Hoy soy servidor público en la Alcaldía Cuauhtémoc, una de las más importantes del país. Desde aquí acompaño a personas que han sido juzgadas, invisibilizadas o excluidas. Y no estoy aquí por casualidad. Estoy aquí porque sé lo que duele no ser escuchado. Estoy aquí porque lo viví.

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He visto cómo una jornada de pruebas puede salvar, puede devolver la esperanza. He escuchado a jóvenes decir “gracias por no juzgarme”. No siempre ha sido fácil. A veces el estigma también se cuela en las instituciones. A veces cuesta sostener la fuerza cuando el pasado se asoma. Pero cada vez que alguien se siente visto, acompañado, protegido... sé que todo esto vale la pena.

Vivir con VIH me enseñó a mirar con ternura, a resistir con dignidad y a trabajar con el corazón en la mano. No soy un milagro, pero sí una prueba de que sí se puede. De que una vida marcada por el virus puede ser también marcada por el amor.

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Rodrigo Arce

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