El lujo como espectáculo: Reflexiones sobre la boda de Jeff Bezos y Lauren Sánchez
En una época en la que muchos cuestionan la desigualdad, el consumo ostentoso y la desconexión, el ruido de una boda así genera preguntas incómodas

Por si no te enteraste, el pasado fin de semana Jeff Bezos, el dueño de Amazon y Lauren Sánchez celebraron su boda como si fuera un evento de Estado: invitados de renombre, locaciones impresionantes, despliegue logístico multimillonario y una cobertura mediática global. No es el primer matrimonio de ninguno de los dos. Tampoco es la primera boda de alto perfil con invitados que no son realmente amigos íntimos, sino parte de una constelación de celebridades y poderosos.
Pero en una época en la que muchos cuestionan la desigualdad, el consumo ostentoso y la desconexión entre élites y ciudadanía, el ruido de una boda así genera preguntas incómodas.
Sí: cada uno puede gastar su dinero como le plazca. Eso no está a discusión mi querido lector. Pero…. ¿por qué hacerlo de esta forma? ¿Qué dice sobre ellos la necesidad de convertir un rito íntimo en un espectáculo para 200 desconocidos? ¿Qué dice sobre nosotros y el morbo de verlo todo? ¿Por qué exhibir poder y riqueza como si fuera un título nobiliario? ¿Qué valores quedan en evidencia?
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Empezando porque nadie está obligado a vivir con modestia. Es capricho de cada uno gastar su dinero como quiera. Jeff Bezos es uno de los hombres más ricos del mundo.
El dinero privado es privado y más aún: no hay que pedir disculpas a nadie por el éxito. En el capitalismo, la riqueza es el fruto del ingenio, innovación, riesgo y trabajo de cada persona. Quien tiene una fortuna puede decidir gastarla como le dé la gana. Sin embargo, y es aquí la cuestión, no es si pueden, es si quieren.
¿Por qué se ha vuelto aspiracional organizar un show principesco con una lista de invitados inflada y artificial para sellar un compromiso sentimental que se supone íntimo y profundo? Pero es que las bodas han sido siempre un espectáculo social. En todas las culturas se han usado para afianzar alianzas, demostrar estatus, impresionar a la tribu. Las bodas reales han definido eras. Las bodas aristocráticas fueron durante siglos, teatro político.
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Pero hoy hablamos de multimillonarios y celebridades que supuestamente no necesitan alianzas diplomáticas ni sellar tratados. No están obligados a compartir la ceremonia con 200 personas que no conocen ni con el mundo entero. ¿Qué es lo que quieren demostrar? Aún así, lo hacen. Y no sólo lo hacen: lo publicitan, como si el gasto y la espectacularidad fueran el verdadero mensaje.
La gente común invita a familias, amigos, colegas y cercanos. Pero en el mundo de los ultra-ricos es parte del juego de poder: consolidar alianzas blandas, generar deuda social, ampliar la red y “parecer” que eres íntimo amigo de todas estas personas. Y es que ser es complicado y parecer es muy caro, pero un simple capricho para quien sí puede.
Aquí lo que es interesante es que la gente con más dinero sienta la necesidad de mostrar su riqueza a su círculo y todo porque: el dinero no compra el prestigio social automáticamente. Lo alquila, lo negocia. Y una boda mediática y fastuosa con invitados famosos, es una forma de anclar la reputación en la conversación pública.
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En la era de la imagen, nada dice “IMPORTANTE” como un evento cubierto por todos los tabloides.
La boda es menos sobre el amor y más por el poder. Esto no es malo, no es ilegal, no es un crimen. Pero deja un sabor amargo en un mundo que enfrenta crisis, desigualdad, guerras, migraciones forzadas y pobreza extrema. ¿Qué valor comunica esta opulencia?
En un mundo que aplaude el exceso, vale la pena preguntarse si el amor necesita tanto espectáculo. Recordar que la verdadera grandeza está en la sencillez y la autenticidad. Al final, lo esencial no se compra ni se presume, se vive.
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