ENTRETELAS | Fashion con fugas
Estoy hasta el cansancio de oír que después de tener un bebé tu cuerpo cambia.

Lo sé, lo he vivido, y seré paciente para que mi cuerpo regrese a su normalidad después de pasar dos años. Mi pecho crece y luego se hace chiquito, me salió una cangurera en la panza, obvio estoy arrastrando varios kilitos del embarazo y no sé dónde quedaron mis pestañas. Pero resulta ser que nadie nos ha dicho, y por eso vengo a contárselo solo a ustedes, sobre el desastre que es vestirse cuando estás lactando.
Después de cargar a un bebé nueve meses, pasar una cesárea, embarrarme todas las cremas existentes para las estrías y esconder mis ojeras de zombie por no dormir, me enfrento al siguiente reto: ¿cómo crear un outfit excepcional, para estos días de lluvia y que además… me deje darle de comer a mi bebé? Parecería una cosa muy sencilla, pero la naturaleza de mi chamba implica ir arreglada, elegante y estilizada (no es queja).
Disfruto enormemente escoger en la mañana que me voy a poner, pero ahora además de darle vueltas a la creatividad también tengo que pensar en la parte funcional, como si no tuviéramos suficiente carga mental las mamás. Me encanta usar vestidos, es la pieza que más ocupa mi clóset, pero para ponerme uno, en estos días de lactancia, necesito quitármelo cada vez que doy de comer, entonces reviso mi agenda por si el día me da chance para encuerarme por ahí, digamos que si es un día tranquilo de estar sentada en mi oficina es mi primera opción, pero si les soy sincera es la elección que más evito.
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Entonces hago combinaciones de dos piezas: pantalón + camiseta o falda + camisa. Repito: no es tan sencillo como suena, porque, aunque la combinación es típica también tengo que pensar en que sea una camisa, suéter o top que tenga apertura por en medio, de un lado o sea fácil de subir. Hace unos días me puse un suéter delicioso oversize que además tiene un cuello con figura de barca, lo que no pensé es que, a la hora de levantarlo para darle de comer a mi crío, todo el suéter le estorbaba para poder alcanzarme. Al final tuve que quitarme todo para que el niño pudiera tener su leche.
Y bueno, si hablamos de los bras… les cuento que es todo un tema. Te empiezas a hacer adicta a los brasieres de lactancia, porque no tienen barilla, son aguados, muy cómodos y obvio pensados para dar de comer. Lo peor es que te acostumbras a vivir con ellos, como si fueran parte de tu nueva identidad: mujer, madre, proveedora de leche, y víctima del non-style. Ya llegué al punto de tener una canasta llena solo de esos bras: beige, gris, negro, todos con el mismo vibe de “no tengo tiempo para mí, pero aquí estoy, dándolo todo”. Realmente no ayudan en nada a esterilizar el outfit, por lo mismo los odio un poco, porque una cosa es estar cómoda y otra es renunciar por completo a mi dignidad estética. Son feos, se asoman por todos lados, tienen broches que parece que fueron diseñados por ingenieros de robótica y, encima, ni siquiera sostienen gran cosa.. Pero el día que me vuelva a poner uno bonito, con encaje, con estructura, con ese je ne sais quoi... voy a llorar. Y no de nostalgia, sino de pura felicidad.
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