MOLTI DIVERSI | ¡Síganme los buenos!
El legado de Chespirito en la era del contenido inmediato

El universo creado por Roberto Gómez Bolaños marcó a generaciones y hoy se convierte en un espejo de cómo han evolucionado los formatos, las audiencias y la narrativa en la televisión mexicana.
No necesitábamos mucho. Un barril, una vecindad, una escenografía mínima y personajes entrañables que hablaban con ternura, torpeza y profundidad de temas universales: la amistad, la pobreza, la niñez, la inocencia, la injusticia y la ilusión. El Chavo del 8, como todo lo que nace desde la honestidad, trascendió el tiempo. Y con él, su creador: Roberto Gómez Bolaños, mejor conocido como Chespirito, quien no sólo escribió guiones e interpretó personajes, sino que edificó un lenguaje propio dentro de la televisión mexicana.
Durante décadas, Chespirito definió lo que significaba hacer contenido para toda la familia. Sus programas no dependían de efectos especiales ni de recursos costosos. Lo que había era una claridad absoluta en la narrativa, una maestría en los diálogos cómicos y una sensibilidad para hablar de la vida desde el humor y la ternura. La televisión, entonces, no era sólo un medio de entretenimiento: era un espacio de encuentro generacional.
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En los años 70 y 80, programas como El Chavo del 8, El Chapulín Colorado y Los Caquitos no sólo llenaban ratings, también construían memoria colectiva. Todos sabíamos quién era Don Ramón, qué significaba una torta de jamón o qué hacía el Chapulín cuando decía: “¡Síganme los buenos!”. Frases que se volvieron parte del habla popular. Chistes que cruzaron fronteras. Y lo más notable: un contenido hecho en México que triunfaba en América Latina sin necesidad de traducción ni adaptación cultural.
Hoy, en contraste, la producción de contenidos ha cambiado de manera radical. El modelo de televisión lineal ha sido desplazado por plataformas de streaming. El tiempo de atención es más breve. La competencia es global. Los presupuestos y la calidad técnica se han elevado, pero también lo han hecho las expectativas del público. La televisión de antes se hacía con amor al oficio; la de hoy, muchas veces, con obsesión por el algoritmo.
Y sin embargo, en medio de esta vorágine digital, El Chavo del 8 sigue vivo. Sus episodios aún circulan en redes sociales, sus frases son referencias culturales, y su legado se revisita en documentales, proyectos de animación e incluso en musicales teatrales. Lo que demuestra que las buenas historias —las que se conectan con lo humano— no caducan con la tecnología.
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El impacto de Chespirito va más allá de lo anecdótico. Fue pionero en mostrar la marginalidad desde la dignidad, en crear una estética propia sin depender de estándares extranjeros, en formar parte de la vida cotidiana de millones de personas. Hoy, que hablamos tanto de diversidad de voces, de representación y de autenticidad, habría que recordar que El Chavo ya lo hacía, con una simpleza que hoy nos parece revolucionaria.
En una era donde los contenidos son infinitos pero muchas veces desechables, la obra de Chespirito nos recuerda que lo popular no está peleado con lo profundo. Que reírnos de nosotros mismos —con cariño y con crítica— también es una forma de sanar. Y que los mejores guiones no necesitan más que una buena idea, un personaje entrañable y una verdad emocional detrás.
Tal vez por eso, en pleno 2025, seguimos extrañando ese mundo de vecindad, donde todo cabía en un barril y donde, a pesar de los gritos, los coscorrones y los malentendidos, lo que nunca faltaba era el corazón.
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