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100 VOCES, 1 PROPÓSITO | Ya no hay sapos

La cosmovisión urbana renace cuando recordamos que la naturaleza nunca dejó la ciudad

Andrea Guzmán
Andrea Guzmán

En esta ciudad antes había sapos, lo decía mi tía. Durante las lluvias salían de las coladeras: verdes, lentos, a veces aplastados. Hoy no queda ni uno y lo más inquietante es que nadie se dio cuenta de cuándo desaparecieron.

Cuando algo natural se va de la vida urbana no hay despedidas. No hay letreros de “último sapo visto en avenida Tlalpan”. Simplemente dejamos de verlos y seguimos como si nunca hubieran estado. La naturaleza urbana fue desplazada: el agua se entubó, el lodo se volvió pavimento, los árboles se talaron o murieron atrapados entre banquetas y arquitectura moderna. Crecimos, pero al precio del canto de los grillos, de la sombra de los fresnos, del olor a tierra mojada.

Y no fue un crecimiento neutro. Lo nuevo no se integró a lo que ya estaba: lo reemplazó. Pero toda forma de vida es nuestra y ninguna vale más que otra. Creo que el dilema socioambiental no se puede reparar con jerarquías, sino con vínculos.

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Eso intentamos en Foresta: restaurar la biodiversidad en la ciudad sembrando bosques de bolsillo. Desde 150 m² hasta más de una hectárea, transformamos patios escolares, camellones y centros comunitarios en mini ecosistemas nativos. Pero para que eso ocurra, no basta con plantar árboles. Hay que preparar la tierra: descompactar el suelo, mejorar su estructura con composta, asegurar el riego y sembrar tres estratos —herbáceas, arbustos y árboles— que crezcan como en un bosque real. Lo técnico importa, pero más aún el vínculo: un bosque no se planta solo. Se necesita una comunidad que lo siembre, y otra que lo cuide.

Conforme pasan los días, personas de la comunidad notan el crecimiento acelerado de la técnica, de pronto una esperanza se enciende, y las labores de mantenimiento tienen una promesa, la de traer gigantes al patio.

¿Qué pasaría si dejáramos que lo vivo regresara? Tal vez volvería el asombro, la curiosidad. Tal vez los sapos no vuelvan. Pero hay semillas listas para brotar, insectos tenaces y niñas capaces de crear un microbosque. Eso puede bastar para imaginar otra forma de estar en la ciudad.

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Andrea Guzmán

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