¿Una maldición en la corona? La superstición detrás de los rubíes que la realeza británica evita usar
Descubre el enigma detrás de los rubíes en la corona británica, desde el legendario Black Prince’s Ruby hasta la tiara birmana de Isabel II.

Durante siglos, las joyas de la monarquía británica han estado rodeadas de mitos, símbolos de poder y misterio. Pocas piedras preciosas han generado tanta especulación como los rubíes. ¿Son portadoras de mala suerte, como se ha dicho, o simplemente parte de una sofisticada estrategia real?
Desde el icónico Black Prince’s Ruby hasta la elegante Burmese Ruby Tiara, los rubíes han sido asociados con leyendas oscuras, desamores reales e incluso “maldiciones”. Pero en lugar de superstición, lo que realmente hay detrás es un cuidadoso manejo del simbolismo y la diplomacia real.
La corona británica nunca ha evitado estas gemas rojas; las ha utilizado de manera selectiva, potente y simbólica. Parte del mito proviene, posiblemente, de una figura que marcó una época: la reina Victoria.
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Victoria, rubíes y tradición: cuando la monarquía dicta la moda
La influencia de la Reina Victoria fue tan profunda que su reinado dio nombre a una era: la época victoriana. Bajo su mandato, el Reino Unido alcanzó su cúspide imperial y vivió la Revolución Industrial, cambiando la cultura, la moda y hasta la percepción del matrimonio. Fue ella quien popularizó el vestido blanco de novia en 1840, al casarse con el príncipe Alberto, una costumbre que persiste hasta hoy.
Pero, ¿detestaba Victoria los rubíes? Todo indica que no. En su boda, recibió de su madre, Victoria de Sajonia-Coburgo-Saalfeld, un conjunto conocido como Ruby Parure, joyas que compartían diseño y piedras, y se usaban en conjunto por ambas, un gesto íntimo entre madre e hija. Incluso su anillo de compromiso —en forma de serpiente— estaba incrustado con rubíes, diamantes y una esmeralda, símbolo de amor eterno, sabiduría y prosperidad.
Los rumores sobre una supuesta “maldición” de los rubíes se reforzaron en el siglo XX, especialmente tras los desafortunados matrimonios de dos mujeres muy cercanas a Isabel II. Por un lado, la princesa Margarita, su hermana menor, recibió un anillo de compromiso con un gran rubí rodeado de diamantes. Su matrimonio con Antony Armstrong-Jones terminó en divorcio en 1978, convirtiéndola en la primera integrante senior de la realeza británica en divorciarse desde la princesa Victoria Melita de Edimburgo en 1901. Por otro lado, Sarah Ferguson, duquesa de York y exesposa del príncipe Andrés —el segundo hijo de Isabel II— también recibió un anillo de compromiso con un rubí. Su relación con la familia real fue turbulenta, y el matrimonio se disolvió en 1996. Ambos casos han sido citados como prueba de la supuesta mala suerte que traen estas gemas, aunque en realidad se trata de simples coincidencias personales más que de evidencia de una “maldición”.
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De botín a símbolo: cómo los rubíes reescribieron el poder de la corona
Lejos de ser un amuleto maldito, el legendario Black Prince’s Ruby fue un botín de guerra. Este cabujón rojo, que en realidad es un espinela, fue arrebatado en 1366 por Don Pedro el Cruel al príncipe musulmán Abū Saʿīd de Granada. Un año después, Pedro se lo entregó a Edward de Woodstock, el Príncipe Negro, como pago por su ayuda militar.
La gema fue testigo de momentos claves de la historia británica: Enrique V la llevó en su casco durante la batalla de Agincourt en 1415, y sobrevivió al impacto de un hacha enemiga. Más que un objeto de mala suerte, es un símbolo de resistencia, conquista y legitimidad.
La tiara birmana: protección y diplomacia
En 1973, la Reina Isabel II encargó la famosa Burmese Ruby Tiara, construida con 96 rubíes auténticos donados por Birmania (actual Myanmar), tras su independencia. Los rubíes representaban protección contra enfermedades y malos espíritus. La tiara fue completada con diamantes reutilizados de la tiara del Nizam de Hyderabad, formando patrones de la rosa Tudor, símbolo de unidad entre las casas de York y Lancaster.
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La reina la usó con orgullo en múltiples eventos de Estado, proyectando poder, salud y diplomacia. Así, los rubíes no sólo permanecieron dentro de la familia real, sino que se integraron en sus símbolos más representativos.
Los rubíes no están malditos, están cuidadosamente posicionados. A través de ellos, la realeza británica ha tejido relatos de conquista, amor, diplomacia y legado. La superstición, aunque intrigante, no puede opacar la historia real: cada rubí en la corona británica ha sido una elección de poder, no de azar.
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