Así es trabajar para el Rey Carlos III: 11 jardineros dejan Highgrove por “horrible” ambiente laboral

Entre flores exquisitas y órdenes a gritos, los jardines reales ocultan una presión que ni el prestigio puede suavizar.

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Foto:Instagram@theroyalfamily

Highgrove House, la residencia de campo del monarca británico, no solo alberga delicadas magnolias y cerezos japoneses: también ha sido el escenario de lo que varios exempleados describen como un entorno laboral “infernal”. Según un reportaje exclusivo publicado por The Times, 11 de los 12 jardineros que trabajaban en la propiedad han renunciado en los últimos meses, agotados por las condiciones, la presión y los bajos salarios.

Y es que, para muchos, la experiencia de trabajar bajo las órdenes de Carlos III habría sido comparable a tener como jefe a Miranda Priestley, la infame editora de ficción en The Devil Wears Prada, pero con corona y pasión por las plantas. “Deberías estar agradecido de que te hayamos dado un trabajo, y trabajas para el Rey, la persona de mayor rango del país”, comentó una de las fuentes al medio británico, describiendo el tipo de discurso que solía escucharse.

El salario tampoco ayudaba: 8.9 libras por hora (alrededor de 12 dólares), una cifra por debajo de la que se ofrece en jardines similares, con la promesa implícita de que el “prestigio” real compensaría la diferencia. La realidad, según los trabajadores, fue muy distinta.

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Una obsesión botánica que roza lo implacable

Más allá del sueldo, las anécdotas reveladas por el Times pintan a un monarca extremadamente meticuloso, que exige un nivel de perfección casi quirúrgico. Se menciona que un jefe de jardineros fue despedido por no saber el nombre exacto de una flor, lo que provocó que el rey exclamara: “Aparta a ese hombre de mi vista”.

Según relata Tom Bower en su libro Rebel Prince, la obsesión del entonces príncipe Carlos por el jardín de Highgrove rozaba lo obsesivo-compulsivo. No solo supervisaba cada mínimo detalle: también se sentaba a revisar listas diarias de quejas e instrucciones, y si algo no estaba a su gusto, salía al porche para gritar órdenes al personal, generando un ambiente cargado de tensión. La exigencia llegaba a extremos insólitos: los jardineros debían arrancar las malas hierbas tumbados boca abajo sobre un remolque, porque Carlos detestaba el uso de pesticidas. Y por si eso no bastara, incluso se reporta que militares indios jubilados hacían rondas nocturnas con linternas para retirar a mano las babosas de las plantas. Un nivel de control que no deja mucho margen para el error… ni para la paz mental.

Entre flores y agotamiento

Aunque la Fundación del Rey, que gestiona Highgrove desde 2021, encargó una investigación externa a finales de 2023 debido a la alta rotación de personal, las mejoras aún no llegan. El informe sugería apoyar la salud mental de los empleados y revisar los salarios, pero las renuncias continúan.

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De los 12 jardineros que mantenían impecable el edén personal de Carlos III, solo queda uno. El resto decidió alejarse de un jardín que, aunque hermoso, terminó siendo una pesadilla verde para quienes lo cuidaban.

¿Hasta qué punto se justifica el perfeccionismo cuando quienes lo padecen son personas que apenas logran llegar a fin de mes?

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Karla Talavera

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