Lady Di y los fantasmas de Balmoral: el lugar donde se sintió más asfixiada
Un lugar donde las sombras del pasado parecían pesar más que los muros de piedra.

Cuando pensamos en fantasmas, usualmente evocamos imágenes de espíritus errantes o ecos del pasado. Pero para Diana, los fantasmas de Balmoral no eran entidades etéreas, sino símbolos vivos de un mundo cerrado y apartado de la realidad. Así lo reveló Paul Burrell, su confidente y asistente personal, en una entrevista para Marie Claire: “Desde el primer día, Diana sintió que el castillo estaba plagado de fantasmas del pasado que impedían que ella encajara como mujer moderna”.
Porque mientras Diana vivía y respiraba el mundo real —con sus desigualdades, enfermedades como el VIH y el sida, y tragedias como las minas antipersona—, Balmoral parecía un universo paralelo donde esas realidades no existían. Era un microcosmos que rechazaba el dolor, la vulnerabilidad y la urgencia que Diana sentía fuera de sus muros.
El castillo de Balmoral, con su imponente fachada de piedra gris y sus verdes praderas en el norte de Escocia, guarda secretos que van mucho más allá de su arquitectura majestuosa. Para la reina Isabel II, fue un refugio amado, el lugar donde quiso pasar sus últimos días. Para el rey Carlos III y la reina Camilla, sigue siendo un destino habitual cada verano. Pero para Diana de Gales, Balmoral representó algo muy distinto: un espacio “asfixiante” y “lleno de fantasmas”.
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Tradiciones que sofocan la autenticidad
Las estrictas costumbres que rigen en Balmoral, muchas de ellas provenientes de la era victoriana, representaban para Diana una pesada carga difícil de sobrellevar. Uno de los momentos más impactantes para ella fue el ritual de iniciación a la caza del ciervo, donde el novato debía cubrirse el rostro con la sangre del animal abatido. Diana calificaba esta tradición como algo sacado de una novela antigua, mientras que su hijo Harry recordaba cómo el fuerte olor de la sangre le causaba malestar.
La princesa anhelaba un estilo de vida más sencillo y genuino, con cenas casuales en jeans y vacaciones sin formalismos, disfrutando de un ritmo más natural y relajado. Sin embargo, en Balmoral todo estaba estrictamente pautado: horarios precisos para el desayuno, la comida, el té y la cena, y la menor falta de puntualidad o descuido en la vestimenta era considerado una falta grave.
El precio de complacer
Diana no solo luchaba contra las tradiciones, sino también contra el deseo de ser aceptada y querida, sobre todo por su esposo, el ahora rey Carlos III. Según Paul Burrell, muchos de sus años en Balmoral estuvieron dedicados a complacerlo, a intentar encajar en un mundo que le resultaba ajeno y frío. Ese amor fue, en cierto modo, un motivo para ceder y someterse a esa atmósfera rígida, aunque le resultara asfixiante.
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El legado de esas tradiciones parece estar en vías de cambio. Según Burrell, el príncipe Guillermo, futuro rey, es “un catalizador” que busca modernizar la corona y despojarla de su peso excesivo. Promete un reinado más cercano al pueblo, menos cargado de pompa y formalismos, donde la naturalidad pueda encontrar un lugar.
La historia de Diana en Balmoral no solo habla de un castillo con ecos de fantasmas, sino de las sombras que a veces proyectan las tradiciones cuando olvidan la humanidad que deben acompañar. ¿Crees que las tradiciones pueden cambiar sin perder lo que las hace especiales?
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