Vida Lenta: La vida no es línea recta
Tres años de vida lenta, cada vez peleándome menos con el tiempo, viéndolo como un maestro sabio que nos muestra que los ciclos no son retroceso

Vivimos en un mundo que nos enseñó a avanzar en línea recta, un mundo que nos ha hecho creer que todo debe ser lineal: una sucesión de eventos, logros y etapas que solo tienen sentido si van “hacia adelante”. Nos han enseñado a movernos sin pausa, a no mirar atrás, a avanzar como si ese avance fuera sinónimo de evolución. Como si solo valiera quien crece sin detenerse, quien nunca se repite, quien nunca voltea a ver hacia atrás.
Pero la naturaleza, que siempre ha sabido más que nosotros, no se mueve así. Ella no avanza en línea recta. Ella gira. Se transforma. Se repite. Vive en ciclos. El final en la naturaleza nunca es un fin absoluto; es, siempre, el inicio de algo nuevo. El sol se pone para volver a salir. Las estaciones cambian, pero regresan. El mar sube y baja, las flores se marchitan solo para volver a abrirse. Todo en la vida natural tiene un ritmo, una cadencia sagrada de muerte y renacimiento, de permanencia y transformación.
En cambio, nuestra cultura moderna nos ha hecho temer el silencio, el descanso, el regreso. Nos ha convencido de que solo importa lo que sigue, que mirar atrás es retroceder, que detenerse es fracasar. Y en ese afán de avanzar sin pausa, hemos perdido la paciencia para los procesos lentos. Hemos olvidado cómo se siente habitar el duelo, cómo se honra el descanso, cómo se observa con devoción el cambio sutil.
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Esa danza circular, cada versión de nosotros mismos que muere también deja espacio para una nueva. La vida, cuando se vive lento, se revela como una sucesión de pequeñas muertes y renacimientos. Como un aprendizaje continuo, lleno de caos sagrado, que llega para romper nuestras corazas y volvernos más sencillos. Más humanos.
Los mayas lo sabían bien: para ellos, el tiempo era circular. Su calendario honraba los ritmos del universo, el eterno retorno de las cosas. Y creo que ahí está una gran enseñanza. En desconectarnos de esa visión cíclica del tiempo, hemos perdido algo esencial: el vínculo con nuestro cuerpo, con nuestras emociones, con la Tierra misma.
He dejado de pelearme con el tiempo. Ahora lo veo como un maestro sabio que, con cada giro, nos invita a entender desde otro lugar. Y quizá de eso se trata todo esto: de recordar, una y otra vez, que no estamos aquí para avanzar sin pausa… sino para sentir profundamente lo que esta vida tiene para ofrecernos.
Tres años de vida lenta, cada vez peleándome menos con el tiempo, viéndolo como un maestro sabio que nos muestra que los ciclos no son retroceso, sino volver a girar y entender desde otra perspectiva. Ayudándome a recordar, una y otra vez, que cada final es también un regreso. Que la vida, cuando se vive lenta, no es línea recta.
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