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100 voces, 1 propósito: Me quedé. ¿Ahora qué?

Hablamos mucho del dolor que lleva a una persona a quitarse la vida. Pero poco se dice de quien lo intenta y sobrevive

100 voces, 1 propósito: Me quedé. ¿Ahora qué?
¿Qué se hace con el sufrimiento que sigue? No siempre se permanece porque se quiere vivir. Foto: Freepik / Ilustrativa.

De lo que pasa cuando abres los ojos y ese mismo dolor sigue ahí. Cuando lo único que cambia es que aún no te fuiste. Y tienes que hacer algo con eso.

¿Qué pasa cuando el intento no se consuma? ¿Cuando alguien lo planea, pero algo lo detiene? El intento fue un grito, una ruptura, una decisión desesperada. Pero la vida después… la vida después es otra batalla. Más silenciosa, menos épica, y por momentos, aún más dolorosa.

¿Qué se hace con el sufrimiento que sigue? No siempre se permanece porque se quiere vivir. A veces se queda por miedo, por amor, por una promesa. También eso cuenta. También eso es válido.

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¿Qué pasa cuando no ha sido un solo intento? Otra vez la familia reunida. Otra vez las miradas de esperanza y miedo. Otra vez el cuerpo vivo y el alma rota. Algunos intentos quizá nadie los vio. Se sobrevive en silencio. Nadie lo notó. Guardas esa nota que nadie leyó.

¿Cómo se explica que se regresó del abismo? Que no es falta de gratitud, ni de amor, ni de Fe. Solo es el dolor, que a veces regresa. Que nunca prometió irse para siempre. Y entonces llega el juicio. Las etiquetas. El “fue para llamar la atención”, “es un acto egoísta”, “otra vez lo mismo”. Como si sobrevivir volviera culpable a quien lucha. Como si el sufrimiento necesitara validación para merecer respeto. Y ahora, además del dolor, se lleva la carga del juicio. Se suma el mandato invisible de estar bien. De sonreír. De agradecer la “segunda oportunidad”. Pero a veces no se siente como una segunda oportunidad. Se siente como otro fracaso. Y es agotador. Agotador fingir. Agotador buscar sentido. Agotador simplemente estar.

Hasta que se deja de buscar. Y se sigue respirando. No por fe. No por esperanza. Solo porque, de alguna manera brutal y muda, el cuerpo sigue apostando por la vida aunque el alma esté cansada.

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Se vive como quien camina porque ya no puede pelearse con sus pasos. Se vive en pequeños actos de resistencia: comer sin hambre, bañarse aunque duela, ver pasar los días sin esperar que traigan algo mejor.

Y nadie habla de eso. Del juicio que duele casi tanto como la desesperación. De la culpa de seguir aquí. De la vergüenza. De la rabia. Del silencio incómodo de quienes no saben cómo acompañar algo que no se cura rápido.

¿Cuándo es pedir ayuda “a tiempo”? ¿Cómo gritar “necesito ayuda” si cada parte de ti quiere disimular? Prevenir el suicidio no solo es salvar vidas. Es ganar tiempo. Tiempo para que exista la posibilidad de construir algo distinto. A veces ese tiempo duele más. Pero en ese tiempo, algo cambia. Tal vez una conversación. Un abrazo. Una nueva forma de vivir.

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¿Estamos realmente preparados para acompañar ahí? ¿Sabemos sostener sin intentar arreglar? ¿Acompañar sin silenciar?

Si tú o alguien que conoces está pasando por un momento difícil, no estás solo. Recuerda que en México puedes comunicarte a la Línea de la Vida al 800 911 2000. Es gratuita, confidencial y está disponible 24/7.

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Tania Aréstegui

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