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Vida Lenta: Volar tiene un costo invisible

Volar con conciencia no significa dejar de movernos, sino hacerlo sabiendo qué implica

Ariadna Fuentes. Fotos: Cortesía.
Ariadna Fuentes. Fotos: Cortesía.

Viajar en avión sigue siendo una de las formas más eficaces y rápidas de conectar ciudades, culturas y negocios. Pero detrás de cada despegue se esconde una realidad menos evidente: la aviación es, por kilómetro recorrido, uno de los sectores con mayor impacto ambiental. Y ese impacto está regresando al cielo que surcamos. Aunque representa apenas el 2.5 % de las emisiones de CO₂ a nivel mundial, el impacto de la aviación en el calentamiento global asciende hasta el 4 % si se consideran también los óxidos de nitrógeno y las estelas de condensación que alteran la atmósfera. A su vez, ese cambio climático ha comenzado a afectar directamente nuestras travesías por aire.

En las últimas décadas, las turbulencias severas han aumentado notablemente. Investigadores de la Universidad de Reading, en el Reino Unido, encontraron que la llamada “turbulencia en aire claro” —esas sacudidas bruscas que ocurren sin nubes a la vista— ha crecido un 55 % en rutas del Atlántico Norte desde 1979. Esto se debe a que el aumento de temperatura está desestabilizando las corrientes de aire que los aviones usan para volar, como la famosa corriente en chorro. Además del riesgo para los pasajeros y la tripulación, esto implica más gasto en mantenimiento, mayor consumo de combustible y, paradójicamente, más emisiones. Un ciclo que se retroalimenta.

Pero no todo está perdido. La industria aérea ha comenzado a responder. Se están desarrollando combustibles sostenibles que prometen reducir hasta un 80 % de las emisiones comparados con los combustibles fósiles. También se han mejorado los diseños de los aviones, haciéndolos más eficientes, y algunas aerolíneas están ajustando sus rutas y altitudes para reducir su huella ambiental. Incluso en tierra se están tomando decisiones importantes, sobre todo en lo que respecta a la fauna que convive con los aeropuertos.

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Un ejemplo inspirador ocurre cada invierno en el aeropuerto Logan de Boston, donde decenas de búhos nivales, aves majestuosas del Ártico, descienden para descansar en las pistas. Estos encuentros representan un riesgo tanto para las aves como para los aviones, y en muchos aeropuertos del mundo la solución ha sido letal. Pero desde hace más de cuarenta años, un hombre llamado Norman Smith decidió hacer las cosas distinto. Smith, ha rescatado a más de 900 búhos usando redes especiales. Los captura sin dañarlos, les coloca bandas o transmisores para rastrear sus migraciones, y los libera lejos del tráfico aéreo. Su trabajo no solo ha salvado aves; ha demostrado que es posible proteger vidas humanas sin sacrificar a otras especies. Lo que comenzó como un esfuerzo solitario se ha convertido en un modelo replicable y respetado por instituciones como la FAA y el USDA.

Este tipo de acciones nos recuerdan que la sostenibilidad no es solo reducir emisiones, sino repensar nuestras relaciones con todo lo que nos rodea. Volar con conciencia no significa dejar de movernos, sino hacerlo sabiendo qué implica. ¿Sabemos qué aerolíneas usan combustibles sostenibles? ¿Qué aeropuertos tienen protocolos éticos de manejo de fauna? ¿Cuándo fue la última vez que pensamos en lo que hay debajo del avión, además del equipaje?

Volar nos conecta, nos acerca, nos transforma. Pero también deja huellas que no siempre vemos: en la atmósfera, en la estabilidad del clima, en las especies que habitan cerca de los aeropuertos. Las soluciones existen, y hay quienes ya están cambiando la forma en que nos relacionamos con el cielo y con la vida que lo habita. Elegir con conciencia, cuestionar, apoyar alternativas sostenibles y exigir mejores prácticas es parte de lo que podemos hacer desde donde estamos. Porque, aunque el viaje sea placentero, no debemos olvidar en contrarrestar el costo invisible de volar.

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Ariadna Fuentes

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