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Cosas que he aprendido poniendo el (maldito) árbol de Navidad

La navidad se trata del tiempo que pasas, con quién lo pasas, no de todo lo demás

Cosas que he aprendido poniendo el (maldito) árbol de Navidad
L'amargeitor. Foto: Cortesía.

No sé quién, ni cuándo, ni por qué, alguien en algún lugar decidió que para celebrar la Navidad (que en realidad celebra el nacimiento de Jesús para los católicos, en Nazaret, donde, probablemente, nunca, jamás en la vida, nadie, ha visto un pino), había que cortar un árbol, meterlo a su casa y colgarle cosas para luego tener que quitárselas y tirar el árbol a la basura. Me queda claro que eran otros tiempos y que lo de la calidad del aire, el oxígeno, el cambio climático, o cualquier tipo de cultura sustentable, eran absolutamente inexistentes.

La cosa es que así crecimos, o por lo menos yo, así crecí. Poniendo el árbol de Navidad cada año con mi hermana y mis papás. Mi papá, por alguna razón (que tiene cero que ver con la religión), disfrutaba poner el árbol. Bueno, hacer como que ponía el árbol, porque muy probablemente no pasaba de colgar una que otra esfera y la friega, se la llevaba mi mamá (como suele suceder). Pero lo que sí sabía hacer, muy bien, era poner el ambiente, para poner el arbolito; su ritual comprendía un incienso delicioso (que él comparaba en su viaje anual decembrino), música navideña y tal vez alguna vez, un chocolate caliente (o chance eso me lo estoy imaginando), la cosa es que poner el arbolito en mi casa, era un momento feliz, el incienso se volvió el olor oficial de Navidad y esa música, parte del soundtrack de mi vida.

Cuando me casé y nacieron mis hijos, decidí continuar la tradición. Y siguiendo el ejemplo de mi mamá (que jamás ha comprado un árbol natural), compré uno yo también y empecé a comprar, poco a poco, cositas para colgarle.

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La regla número uno que puse en mi propio ritual navideño fue (y sigue siendo), no saco media esfera ni un día antes del 1 de diciembre ¡jamás!, me niego a acelerar el tiempo de cada cosa porque HAY un tiempo, para cada cosa. Llegado el mes navideño entonces sí, se empezaba por sacar el árbol, armarlo, abrirlo, y ponerle las mugrosas luceciiiitas, que, si como yo, tienen TOC y no pueden ver ni un cable fuera de lugar, es una actividad que toma hooooras (maña que le heredé a mi mamá, por cierto); siempre era una tensión conyugal garantizada, pero una vez superada la prueba, creo que la pasábamos bastante bien, sin incienso, pero con música navideña y ahora sí, seguro, chocolate caliente (casi siempre).

Unos años después, gracias a la magia de Costco, la tecnología, y el diseño (o de alguien que cada año se madreaba con su significant other por la misma razón que yo) decidí resolver la tensión conyugal y comprar un árbol artificial ¡con.lu.ce.ci.tas! La máxima innovación del momento que me parece, hands down, uno de los mejores inventos del hombre y que me costó un riñón, pero amortizaba el gasto solo de pensar en dejar de pasar por el viacrucis de las series anual. Tengo que decir que, efectivamente, fue una buena decisión. Poner el arbolito se volvió tantito menos estresante, aunque siempre había algo para activar mi TOC, empeñarme en que quedara per.fec.to y siempre la música navideña más de una hora, me acaba poniendo muy nerviosa.

Hace dos años, justo un mes antes de Navidad, el señor con el que puse mi arbolito por 24 años y yo, nos separamos. A diciembre le valió madre que yo tuviera el corazón roto y de todas maneras, llegó, y con él la pregunta del de 17, (que tenía 15): “¿Ma, crees, que este año podemos poner un árbol natural y muy grande porque el nuestro ya está muy feo?”.

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Su hermana, estaba fuera de México estudiando, nos habíamos echado solitos ese primer mes horripilante y yo, se podrán imaginar, tenía menos tres millones de ganas de poner el canijo árbol, ni de celebrar nada, pero me acuerdo que pensé: “si eso necesita este niño para calentarle tantito el corazón, eso vamos a hacer” y además, tenía razón, nuestro árbol ya había dado lo que podía dar, unas 15 navidades.

Así que fuimos, ese niño y yo, a escoger un árbol natural (y muy grande) que tres personas subieron al techo de mi coche. Él iba feliz. Yo, angustiadísima pensando: “¿cómo diablos voy a bajar esa madre de mi coche? ¿Cómo lo voy a cargar? ¿A meter? ¿A sacar? ¿Cómo le voy a hacer yo sola hoy… y el resto de mi vida?”.

Cuando llegamos a mi casa me acuerdo de decirle: “déjame ir al baño y ahorita que salga vemos cómo (diablos) lo bajamos” y cuando salí, vi a mi hijo entrar con el árbol al hombro, como lo hubiera hecho su papá… se me cayó la mandíbula no sólo por darme cuenta, sí, de que ese niño ya tenía la fuerza de un hombre, pero también, recursos para resolver y que yo, en realidad, no estaba sola.

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Hace unas semanas, les pregunté que, si era importante para ellos poner un árbol o si podíamos poner unas lucecitas en la ventana y ahorrarnos el trámite y para mi sorpresa, contestaron al unísono ¡no!, ¡obvio hay que ponerlo!, y aunque reconozco que por un nano segundo pensé: “ugh, qué hueva”, inmediatamente dije OK.

Porque sí, ellos también necesitan hacer memorias felices, aunque parezca que todo les da flojera y porque, aunque se crean enormes, la Navidad les sigue dando ilusión. Así que este fin pusimos juntos el arbolito y en lo que lo hacíamos, me puse a pensar en las cosas que aprendido haciendo esta actividad:

1. Poner el arbolito es un momento familiar. Es agotador. Es un sinsentido absoluto. Pero son recuerdos y raíces y una oportunidad de pasar tiempo, platicar, estar, reírse y sí, obvio también muchas veces, tener un poco de tensión y aprenderla a resolver, igual que todo lo demás.

2. Si quieren que suceda, lo hacemos juntos, o no se hace y lo hacemos de principio a fin, no se vale abortar la misión a la mitad. Eso empieza por irlo a comprar juntos, evaluar cuál es el perfecto, subir a la bodega por las cosas, sacarlas y todos los etcéteras del proceso que implica poner la Navidad y después, obvio, guardar. Nada de que lleguen solo a colgarle adornos ya con todo resuelto ¡nel!, es una oportunidad perfecta para aprender a trabajar en equipo y, además, como decía mi papá: “el que quiere azul celeste, que le cueste”.

3. Mi eco ansiedad no supera, ni puede creer, que yo compre un árbol natural, pero, al parecer, los de plástico son incluso peores porque no se biodegradan. Y sí, sí probé los de maceta alguna vez, pero, logísticamente, sigue siendo nada funcional. La cosa es que es una discusión sin fin de si team natural o team plástico que, además, no olvidemos, es alrededor del concepto ilógico de meter un árbol a tu casa, ponerle luces, y colgarle necedades, o sea… todo mal, pero pues es lo que hay y a veces, hay que aprender a fluir.

4. Las lucecitas siempre van a ser un viacrucis, entre antes lo aceptemos, mejor, pero aprendí a resolverlo comprando dos redes de luces con las que, literal, envuelvo el árbol y luego trato de meterlas lo más profundo que pueda. La verdad es que no se meten mucho, que los cables se siguen viendo y que a mi TOC le dan calambres, pero lo he tomado como un ejercicio personal de aprender a soltar, ¡güey!, son unos cables, en un árbol que sigo sin saber, ¿por qué tiene que estar en mi sala?, y que en un mes voy a tener que pelearme para quitárselas. ¡Basta! No me voy a seguir haciendo esto. Done is better than perfect, las pongo lo mejor que puedo y luego, suelto. No se lo pienso mandar a Martha Debayle para el concurso anual de arbolitos, me puedo relajar cien rayas y disfrutar tantito más la actividad con mis hijos.

5. No es lo mismo poner el árbol con niños chiquitos llenos de ilusión, que con uno de 17 y otra de 20 llenos de hormonas, sobre todo si son futboleros y a la misma hora, está jugando su equipo en la tele. ¡Maldita sea la cochina pantalla!, la nueva fuente de tensión familiar, pero que dura todo el año. Tengo que confesar que me alteró un poquito eso de estarles recordando que se trataba de cooperar y que estábamos haciendo eso porque ellos querían y que qué barbaridad que no pudieran estar sin ver la pantalla y todo lo demás… me hubiera grabado para mandarle el script a Paco de Miguel porque sí, sí fui tantito esa mamá. Ni modo. A veces, es lo que hay.

6. Confieso también que durante años los dejé colgar como quisieran y ya que se iban, lo arreglaba como a mí me gustaba y como mi TOC aprobaba el balance de cada cosa en cada lugar. Hoy, les puedo decir, que me vale. Me da idéntico lo que decidan, no me voy a pelear por eso, tengo 100 mejores cosas que hacer que torturarme a mí misma con obsesiones innecesarias.

7. Resulta que los de 17 y 20 opinan bastante más que cuando tenían 8 y 5 y que, aparentemente, les hice el favor de heredarles mi TOC y ahora son ellos los que cada vez que pongo algo, ¡lo quitan! que porque “ahí no se ve bien” pffff ahora les tengo que enseñar o a hacer eso cuando nadie los vea o que aprendan a soltar, comprobando que, el trabajo de una madre nunca termina…

8. En un hecho sin precedentes, hoy se me informó que muchos de mis adornos son “horrendos” y aunque mi primer impulso fue imponerlos, algo dentro de mí me dijo: déjalos, que lo pongan como quieran, se trata de que les guste a ellos, qué más te da, solo es un árbol en la mitad de tu sala. ¿Y qué creen? ¡Quedó increíble!, y sí, es verdad, muchas de mis esferas ya están horrendas.

Estoy aprendiendo a estar abierta a hacer las cosas diferentes, nuevas y a permitir que nuestra familia de tres integre nuevas dinámicas, nuevos rituales y la mayor cantidad posible de momentos felices. A considerarlos en las decisiones de la casa que ya pueden participar (aunque hay otras que siempre seguirán siendo solo mías). A escuchar su opinión. A integrarlos y tratarlos como adultos. Y a que sientan que es nuestra casa, nuestra Navidad, nuestro arbolito, nuestra vida. Hay que aprender a moverse. A fluir. A conectarse diferente con ellos, que ya no son los que eran, pero siguen aquí queriendo hacer cosas conmigo, así que más me vale ponerme la pila y hacerlo bien para que sigan queriéndolo hacer. Y, a cuando me sale mal, pedir las disculpas necesarias (a ellos o a mí) y volver a empezar… como en todo lo demás

9. Admiro enormemente a la gente que se dedica a poner árboles majestuosos, atascados, espectaculares y formateados. Sin duda debe de ser delicioso que alguien se encargue de todo, pero yo, prefiero un millón de veces mi arbolito, nuestro arbolito, minimalista, que no se parece al de nadie más y que estuvo puesto con amor, con nuestros recuerdos, nuestras tensiones y con mis hijos alrededor. Para mí, de eso se tratará siempre la Navidad, de pasar tiempo con la gente que quieres, me imagino que es, porque así me enseñaron mis papás.

Felices fiestas everibodi, gracias por leerme este 2024, acuérdense que la Navidad se trata del tiempo que pasas, con quién lo pasas, no de todo lo demás…

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L'amargueitor

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